hasta que desperté en tu boca
y bebí de tu humedad.
Hasta que rocé tu piel,
y me impregnó tu aroma
convirtiéndome en mortal.
Y rodé hasta tu averno
rompiéndome las alas,
y una gota fría
que pendía de tu cielo,
me quemó la mejilla.
Y profané las tumbas
donde fenecían mis sueños.
Y liberé los muertos
de mi felicidad.
Y tú estabas ahí,
. . . aún dormida,
sosteniéndome en tu boca.
Atrapándome en tu carne
para no dejarme volar.
Y me quedé en tu cielo,
abrazándome a tu infierno.
Y mordí de tu fruta,
para no ser ángel jamás.
Y profané las tumbas
donde fenecían mis sueños.
Y liberé los muertos
de mi felicidad.
Y tú estabas ahí,
. . . aún dormida,
sosteniéndome en tu boca.
Atrapándome en tu carne
para no dejarme volar.
Y me quedé en tu cielo,
abrazándome a tu infierno.
Y mordí de tu fruta,
para no ser ángel jamás.