de tu ínfimo roce.
Cruje sin querer
el deseo en tus labios,
el deseo en tus labios,
al sellar la distancia.
Y tu humedad se hace río
erizando las fronteras de mi piel
cuando plana e incólume,
te recuestas en mi sombra.
Los pliegues desinteresados del aire
arropan tus aromas,
y tu cuero (de transparencias ungido)
atesora mi nombre,
que se escurre aún
por la clepsidra
por la clepsidra
de tus labios partidos.
El reloj clavó las horas
en el eterno y diminuto instante.
Y se congeló
junto al primer beso que te di.
Crispados y tensos tus muslos
se montan en alas
y exudas la furia,
adentrándo tu mansedumbre
hasta tocarme el alma.
Temblorosa e indefensa
tu piel se aferra a mis manos,
y un vahído intenso y agudo
se apiada inconfeso. . .
de ti y de mi.
Crispados y tensos tus muslos
se montan en alas
y exudas la furia,
adentrándo tu mansedumbre
hasta tocarme el alma.
Temblorosa e indefensa
tu piel se aferra a mis manos,
y un vahído intenso y agudo
se apiada inconfeso. . .
de ti y de mi.
Eros se desgranó de cansancio.
Y nuestros poros latientes y erguidos
abren su boca,
para beber del ralo racimo de cielo
que quedó.
Malévolo y tedioso es el sol
que despierta mis ojos.
Y camuflada entre su luz,
desaforada y silente. . .
te escapas de mi.
De tanto en vez,
Morfeo descuida sus redes.
Y entre los anaqueles acolchados de un sueño,
y el deseo de tu apretada boca,
sin querer mi nombre. . .
se escapará otra vez.